Cuando la Cultura peleaba a la contra – EL PAÍS

Las alcobas, las librerías y los clubes de jazz de Greenwich Village en 1946, el circuito neoyorquino de comedia stand-up a principios de los 60 o las instalaciones del Centro de Investigación de la Personalidad en la Universidad de Harvard durante ese mismo periodo de agitación colectiva. Diferentes escenarios desde los que convertirse en testigo privilegiado o motor de un cambio de sensibilidad colectiva. Coinciden en las librerías los textos de memorias del crítico literario del New York Times Anatole Broyard –Cuando Kafka hacía furor (La Uña Rota)–, del mártir del humor obsceno y precursor de la comicidad políticamente incorrecta Lenny Bruce –Cómo ser grosero e influir en los demás. Memorias de un bocazas (Malpaso)– y del gurú del LSD y más tarde apólogo de la utopía cibernética Timothy Leary –LSD Flashbacks. Una autobiografía (Alpha Decay)–, un tríptico involuntario, unido por un mismo impulso de forjarse una identidad en sintonía con tiempos de ruptura y de acuñar un lenguaje propio que imantase algo tan inestable como la sensibilidad generacional.

Este tríptico involuntario comparte el impulso de acuñar un lenguaje propio generacional

“Los libros fueron para nosotros lo que las drogas para la juventud de los años sesenta”, escribe Broyard en su escueto libro de memorias, cuya redacción abandonó prematuramente para escribir Ebrio de enfermedad –también editado por La Uña Rota–, crónica conmovedoramente bienhumorada de su pulso con el cáncer de próstata que acabaría con su vida. En Cuando Kafka hacía furor, el crítico rememora su deslumbramiento como provinciano de Nueva Orleans recién aterrizado en el Village de posguerra, donde empezaban a fraguarse las revoluciones paralelas de la libertad sexual y el camino hacia la abstracción en el arte, la música y la literatura; transformaciones que el protagonista de este relato de iniciación de afilada lucidez contemplaba con el mismo escepticismo que invirtió en su Retrato del Hipster, texto que publicó Partisan Review en 1968 y que este volumen recupera. Broyard detalla su íntima relación con la pintora Sheri Martinelli –que el texto enmascara bajo el seudónimo de Sheri Donatti–, protegida de Anaïs Nin, actriz ocasional en una película de Maya Deren, personaje à clef en Los reconocimientos de William Gaddis y futura amante de Ezra Pound. “Éramos como los amantes de una triste novela futurista en la que el sexo se somete a las exigencias del programa revolucionario”. Consciente de que uno de los más relevantes cambios de paradigma se estaba manifestando en la intimidad de los dormitorios, el autor de Cuando Kafka hacía furor detalla, con una impudicia que nunca desborda su elegancia expresiva, sus escarceos sexuales: “La energía del deseo insatisfecho, las ganas de sexo, eran como una inmensa corriente que surcaba la vida del país (…) La estructura del deseo era una gigantesca catedral que se alzaba en nuestro interior”.

Fue, no obstante, el uso de la palabra “chupapollas” en uno de sus monólogos lo que generó problemas a Bruce con la justicia

Casi dos décadas más tarde –concretamente, el 4 de octubre de 1961–, aunque los protocolos sexuales hubiesen cambiado de puertas adentro, Lenny Bruce fue detenido por obscenidad tras su actuación en un club de San Francisco. Algunos años antes, el cómico había logrado esquivar a la justicia tras sus experiencias como timador con alzacuellos, adoptando la identidad de un falso sacerdote que recaudaba limosnas para los leprosos de la Guyana británica.

Fue, no obstante, el uso de la palabra “chupapollas” en uno de sus monólogos lo que abrió la caja de los truenos de sus problemas con la justicia, cuya resolución no fue sino póstuma: el indulto llegó en 2003, cuando Bruce llevaba treinta y siete años muerto. En Cómo ser grosero e influir en los demás, Bruce relata y mitifica su propia vida usando las mismas herramientas que le convirtieron en un visionario de la nueva comedia y en un radical renovador en el arte del monólogo cómico: una libertad improvisatoria de inspiración jazzística, que, en el fondo, se fundamentaba en el riguroso control de quien siempre sabe regresar al tema principal tras una enredadera de hilarantes digresiones. Bruce fue el cómico que fundó el sostenido maridaje entre la comedia de micrófono y la insumisión ideológica contracultural. Su repertorio hablaba de sexo, racismo, conservadurismo, hipocresía progresista y otras debilidades colectivas, trasladando a la vehemente oralidad de un predicador profano las posibilidades de la corriente de conciencia de la literatura joyceana. “Los comentarios sobre mí eran del tipo: ‘Lo único que parece importarle a Lenny Bruce es que se rían los músicos’. Esa debería haber sido la primera pista sobre la dirección que estaba tomando: la abstracción. Los músicos, especialmente los músicos de jazz, aprecian las formas de arte que constituyen extensiones del realismo, en oposición al realismo en su forma figurativa”, reflexiona el cómico.

En LSD Flashbacks. Una autobiografía –libro que Alpha Decay ya publicó en 2004 y que ahora rescata en su colección Héroes Modernos–, Timothy Leary se apropia de otro modelo de lenguaje para reflexionar sobre su cruzada: ese registro publicitario cuyas bondades para difundir su mensaje transformador le inculcó Marshall McLuhan. Gran creador de eslóganes –“Come Together”, “Enchúfate, sintonízate y sal”–, el apóstol de la revolución psicoactiva, que utilizó su libro para entroncar con una larga tradición de heterodoxos, logró transformar su vida casi en un best-seller conspirativo, con fugas carcelarias, interludios eróticos, estrellas invitadas –Kerouac, Ginsberg–, muertes trágicas y un tono equidistante de lo burlón y lo mesiánico que, entre otras cosas, le llevó a hablar de su propia concepción como si estuviera reescribiendo el Génesis: “¡A mí no me reprodujeron! A mí me creó un proceso inteligente y teleológico de Elección Natural”.

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